I
En el funeral de su madre, Lucía se negó a vestirse de negro. Su cara desencajada del mundo era su verdadero luto. Rodrigo la reconoció instantáneamente. Nada había cambiado en su rostro que fuera distinto a lo que él recordaba. Sólo que ahora los años habían dejado huella y su expresión no ocultaba la historia de su vida, Lucía se podía leer con claridad, sobre todo para alguien que la conocía como él.
Rodrigo permaneció en silencio aguardando detrás de la gente que consolaba a Lucía. No quería ser visto. Nadie le llamó para invitarlo, aunque normalmente nadie hace invitaciones ribeteadas para los funerales, él esperaba al menos una llamada. Estaba ahí por cariño a la madre de Lucía, nada más. En el fondo siempre tuvo la esperanza de poder hablar con Lú, como le llamaba él en aquellos años que compartieron juntos.
Había pasado tanto polvo entre ellos que no tenía un guión escrito. Hay quien se prepara durante horas o días para encontrar a una mujer y conducirla premeditadamente al lugar que desea. Pero hay mujeres impredecibles y situaciones que van más allá del control temático de las charlas, ésta era una de ellas.
-¿Rodrigo, qué haces aquí?- susurró sorprendida una voz femenina que le tocaba el hombro derecho. Rodrigo, que seguía mirando desde la distancia a Lucía, volteó con cautela, previendo encontrar un rostro demasiado conocido como para sentirse cómodo.
-¿Verónica? –dijo Rodrigo mientras la muchacha de cabello castaño, rizado y corto asentía con gusto. –Estás igualita.
-Tú también, aunque con menos pelo.
-Sí, cada día me respeta menos el cepillo.
La mujer vestida de negro, lo miraba con los ojos llorosos. Una mueca de resignación y tristeza cubría por completo su expresión. Se limpio una lágrima imaginaria y preguntó con la voz limpia, como si el pañuelo hubiera limpiado también su garganta.
-¿Viniste por Lucía?
-No, vine por tu mamá, quería despedirme de ella.
-No te hubieras molestado. ¿Tuviste que viajar desde lejos no?
-No es ninguna molestia, no podía faltar.
-Ya nunca supimos nada de ti.
-Sí, ya sé, pero en ese momento decidí que lo mejor era alejarme de Lucía y de todo lo que me hablara de ella. Por eso me fui del país.
-Lucy te extrañó mucho... bueno, todos te extrañamos mucho.
-Nunca superé lo que me hizo.
-Creo que exageraste un poco.
-Ya es tarde para esta plática no crees. –Rodrigo tomó con suavidad la mano de Verónica. Estaban saldando la despedida que hace años no tuvieron.
-Tienes razón. –y Lucía apretó con fuerza la mano de Rodrigo.
Se quedaron mirando unos segundos y se abrazaron fraternalmente. A Rodrigo siempre le pareció que nadie abrazaba con tanta entrega como Verónica.
-Siento mucho lo de tu mamá. -susurró Rodrigo acariciándole la espalda de arriba abajo, lentamente.
Verónica guardo silencio. Pensando más en el abrazo de Rodrigo que en su pésame.
-¿Y Lú como está? –se separaron tomándose ahora de las dos manos, la escena del funeral continuaba sin prisas, una mujer dirigía solemne a un coro de señoras maduras rezando rápidamente y en voz baja, los demás lloraban en silencio.
-Creo que todo esto la ha afectado mucho. Tal vez siente que le faltó decirle algo, no tuvo tiempo de despedirse de ella –Rodrigo aprovechaba la plática de Verónica para mirar de soslayo a Lucía que miraba imperturbable en la tierra fresca, el nuevo rostro de su madre -estaba viajando, por su trabajo, claro, pero siente algo de culpa, cree que pudo hacer algo más por ella.
-Todos creemos lo mismo respecto a la muerte –contestó Rodrigo precipitadamente-pero la verdad es que nada se puede hacer, la gente se muere y ya, no debería sorprendernos llegar tarde, los muertos parecen tener prisa por irse.
-Tal vez, pero Lucy no piensa igual. –permaneció en silencio mientras escuchaba a Verónica, tal vez su respuesta había sido demasiado fuerte para un momento tan sensible y decidió aliviar la ruta de su imprudencia.
-¿Y tus hermanos? Sólo he visto a Quino.-dijo Rodrigo en un tono inocente.
-Sí, Quino anda por ahí con su esposa. Ramón se quedó en Bolivia, no pudo venir.
-¿Y Manú?
-Falleció hace tres años.
-No supe nada.
- Fue un accidente en la carretera. No quisimos que se supiera mucho. Viajaba con su amante.
De pronto quedó mudo. Demasiadas muertes para un funeral, pensaba. No era un buen momento para acercarse a Lucía. Tal vez esperaría en México unos días más y la llamaría, cuando las cosas estuvieran más tranquilas.
-Qué lástima. Era un tipazo. Tal vez el más simpático de todos tus hermanos.-alcanzó a decir sin mucho aliento. Verónica asintió.
Un hombre delgado, maduro y vestido de negro se acercó prepotente. Tomó a Verónica del brazo haciendo un gesto con sus cejas hacia Rodrigo. Saludo de funeral pensó.
-Mi esposo –dijo Verónica separándose con disimulada violencia de la mano que la sujetaba y sonrió apenada.
-Ángel Lemos para servirle señor...
-Rodrigo.
-¿Rodrigo? –preguntó Lemos esperando una respuesta más formal.
-Él es Rodrigo Ornelas. –apuró la formalidad Verónica
-Zurita Ornelas –corrigió Rodrigo en un tono seco.
-Un placer, ahora si nos permite... vamos a despedir a la Señora. ¿Verónica? –y volvió a sujetarla con fuerza del brazo.
-Me dio gusto verte Rodrigo. -Los ojos se le llenaron de tristeza, Verónica había perdido la luz que tuvo hace años, Rodrigo sabía que esas lágrimas no sólo eran por la pérdida de su madre, sino por la falta de alegría en su vida, ella siempre había soñado con un matrimonio ideal.
-Igualmente Vero. Sólo te pido un favor.
-Claro, lo que quieras.
- No le digas a Lú que me viste.
- Como tú digas, aunque sé que le haría muy bien hablar contigo. De todas formas, gracias por venir.
Rodrigo asintió con desgano, incomodado por la presencia desagradable de Ángel Lemos. Se puso los lentes oscuros que traía guardados en la bolsa del saco, mientras miraba alejarse a la pareja discutiendo con disimulo. Hay que ver el humor insoportable de la vida,
pensó Rodrigo para sí mismo. Miró a Lucía por última vez y salió del cementerio como una sombra, recorriendo en su memoria los laberintos del pasado, pensando en como el rostro de Lucia había cedido al paso de los años.