martes, abril 27, 2004

Donde las mismas paredes son una selva nueva

Tanto perseguir la lluvia y un día encontrarla dentro de mí. Pasó hace unas horas o días, no sé, es mejor no hablar de esa forma del tiempo. Debería contar tantas cosas sucedidas desde que viajé de Progreso a Puebla. Lo intenté. Escribí antes algo pero no me gustó. Algún día pronto lo pegaré pero por ahora preferí volver a la página con algo más. Curiosamente en este espacio hace apenas seis meses y medio, mi barco había perdido el rumbo, casi naufragado en la tempestad del tiempo que me apolillaba los sueños, el corazón y algunas veces cualquier asomo de bondad. Llegó la época de la tiniebla o de la luz, aros de la misma figura imbécil del ánimo. Perdí hasta el sueño, perdí los nombres y las sensaciones, extravié la llama doble, me establecí arco de la flecha nostalgia, sí, llegué a pedir consuelo al templo mudo de la fe. Todo eso sucedía mientras el mundo, esa zona o región inmanente a la conciencia de la vida, también se desmoronaba, nada más era tan importante como bienmorir alguna de esas mañanas, tan llenas de luz y paz y polvo conocido y amor por conocer. Pero nada había. Nada dolía tanto como hoy como ser en el hoy un golem del amor, de las voluntades, de la vida misma. Y apenas esta tarde, donde nada parece haber cambiado, apenas entendí, como era posible contener toda esta oscuridad en las mismas paredes ahora dulces, ahora pretéritas y vivas, aquí, en el minuto del viento, en esta madrugada de escribir todo esto. Estoy bien, despierto y respiro sin esa roca oprimiéndome el pecho, hay aún varios lugares del mundo que ofrecen su nombre a mi futuro, hay un nombre de mujer escurriéndome de los labios como fruta, hay motivos, quiero decir, instantes, donde todo parece haber vuelto a una normalidad jamás conocida, parece que la normalidad es desconocer el lado estable de la vida cotidiana, es normal estar en esta casa, bajo esta noche de grillos estar alegre, tranquilamente lleno de vida, desbordado por la lluvia, muy adentro de mi cuerpo. Parecía la misma noche hace unos meses y era tan normal, tan cotidiano sentirme solo y derruido, que llegué a pensar cuanto se podría parecer lo normal a esa condición de jueves ocho del mes ausencia. Cuántas contradicciones caben en tan poco espacio, aunque cada vez me gusta menos, la vida no deja de ser una sorpresa interminable.

lunes, abril 19, 2004

Óxido y la calma de un Domingo

Hoy seré breve. Sólo para decir que he estado todo el día perdiendo el tiempo, una pérdida considerable si no se toma en cuenta que sin saberlo, están operando dentro de mí cambios importantes, secuencias creativas insospechadas, revelaciones implacables, conjeturas pasajeras, conclusiones necesarias. En la vida he notado que muchos quieren crear de un día a otro un antes y un después, es decir, cambiar su vida de manera instantánea, producto de una decisión (regularmente material) esto sucede de noche y por la mañana la nueva mujer u hombre se enfrenta a la disyuntiva de por dónde empezar y así hasta llegar a la noche segura (o) de que mañana empezará ahora sí su nueva vida. Mi caso es distinto, a mí la vida siempre me rebasa y no se trata de cambiar algo porque lo actual es odioso, al contrario se trata de mantener cierta esfera vital donde los cambios sean productos de la transpiración e inspiración continuas. Hoy he perdido el tiempo y hay cambios, el tiempo no se pierde ni se gana en realidad, se flota dentro de él sin cardinalidad, por eso hay cambios. ¿Cuáles son? Ninguno, no tengo un nuevo trabajo, no tengo un proyecto nuevo de vida (sucede que en mi vida tengo múltiples proyectos) ni amores novedosos o un invento que me dará fortuna, no tengo nada, en realidad. Pero no puedo ser el mismo mañana después de leer a Cavafis, de encontrar en un prólogo de Alfonso Reyes a El hombre que fue Jueves "un llamado a reivindicar el derecho de regocijarse ante las maravillas del mundo, un derecho que sólo se debe ejercer cuando no se es bobo". De encontrar esta Triste Verdad del poemario Relámpagos que vuelven de Antonio Castañeda:



En verdad

te lo digo

con inmensa

tristeza:

nada quedará

de nuestro amor

sobre la tierra





Pero no todo está en leer, también en abrir la puerta y descubrir que el mar está ahí, que nadie lo ha robado, que permanece ajeno al destino de los hombres. Tuve hambre y me alimenté, colmé la sed con agua simple, eso es hermoso, son detalles de la vida, no he visto a un muerto pedir un poco de agua, en cambio se ha dicho de un famoso moribundo que pidió agua con el poco aliento que aún tenía y recibió vinagre. Sentir la sensación de sed y darle agua al cuerpo, eso debe ser una nostalgia permanente en el reino de la muerte. Perder el tiempo es una ocupación mental. Recuerdo que en algún lugar que no recuerdo leí a Poniatowska decir que discutía con un gurpo de escritores en casa de Octavio Paz sobre las posibilidades maravillosas de poder volar y que García Ponce, en su inmovilidad perpetua, dijo algo así como, para que quieren volar si caminar es algo hermoso. Caminar, tomar el cuerpo y sacarlo por la calle, y oler la falta de caricias en la señora de la camioneta azul, sentir el salitre dominical en los labios y establecer vínculos imaginarios con la tierra, el tiempo y los nombres que alguna vez significaron el presente;

lo tengo/ muy presente/ todo es perecedero, hasta los mismos muertos/se van muriendo/ con el tiempo (Antonio Castañeda) en fin caminar, Walking Around, cansado de ser hombre, sí, pero más cansa no serlo.



P.d- Queda más por decir, pero prometí ser breve, aunque de igual manera, tampoco lo cumplí. Esta no es una invitación moral a nada, ni manual de la felicidad. Les cuento como el cambio es sólo una manzana del árbol prohibido de la felicidad en la mitología contemporánea. Es un buen día para hablar de todo esto. Estoy en la playa y eso a muchos parece significarles alguna diferencia, tú por qué estás allá, dicen y sin embargo:



LA CIUDAD

Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.

Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.

Todo esfuerzo mío es una condena escrita;

y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.

Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.

Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire

oscuras ruinas de mi vida veo aquí,

donde tantos años pasé y destruí y perdí".

Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.

La ciudad te seguirá. Vagarás

por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo

y en estas mismas casas encanecerás.

Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-

no hay barco para ti, no hay camino.

Así como tu vida la arruinaste aquí

en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.


(Constantino Cavafis)



sábado, abril 17, 2004

Divagaciones y una Obra Breve

Hay un lugar del mundo donde cada uno debería sentirse a gusto. Pocas oportunidades, sin embargo, para llegar a esa tierra prometida, a ese momento cumbre que se nos ha prometido desde que tuvimos uso de deseo (que no razón) el primer anhelo siempre es un deseo de encontrar aquel lugar (intuyendo que el topos no está contenido en el espacio). Hoy han pasado cosas extrañas y al mismo tiempo nada parece moverse. Cada vez que el mundo está a punto de estallar; de volar en pedazos para volverse un mejor lugar, algo sucede, un último esfuerzo recordatorio: aún queda mucho que destruir, que contaminar, escándalos que provocar, videos por mostrar, tierras por invadir, sangre que derramar, en fin, aún no estamos listos para terminar con todo, pero los plazos se cumplen y algún día nos rebasara la involución. Pero eso no es importante, gracias a Henry Miller aprendí a odiar la civilización y a librarme de algunos prejuicios que me tenían atado, es decir, que no es tan malo odiar lo odiable, detestar la infamia ya sea en escalas maniqueas de moral buena o mala (¿habrá infamia buena? Perhaps Mister Bush? ¿Infamia que se cree Buena?). La virtud del odio no es la del rencor sino el motor del movimiento, hace un tiempo, a partir de mi novela comencé a desarrollar mi Teoría del odio. Aún todo está tomando forma, algún día lo presentaré. A lo que realmente iba en este post es a contestar una pregunta que una lectora me hizo hace un par de días. Me preguntó si este era mi diario. Yo le dije que no, que este era un inventario (fíjense bien, inventario no es recuento como nos lo hacen creer sino una invención, un producto imaginario) no quiero decir que todo esto sea ficción pero hay algo muy claro, aquí no hay cronología ni orden además que hay una línea divisoria entre lo público y lo privado. Esa mínima distancia significa en realidad mucho. Aquí se habrá notado que no hablo del estado amoroso de mi vida, ni de regiones íntimas afectivas, entre otras cosas. Ese es el espacio privado en este caso, sólo en este caso, insisto. Esto tiene una historia. Cuando inicié esta página, algún día del año anterior en Inglaterra, mi vida era otra, tal vez más profunda y sensible que la actual, pero en exceso turbulenta, quería un espacio para escribir, obligarme a tener algo que decir cotidianamente como un entrenamiento de oficio y como forma de estar cerca de mis amigos y amigas en la distancia. Ahora resulta todo lo contrario, escribo para muchas personas que no conozco y para otras que son cercanas a mí. Pero este blog también es una forma de estar cerca de mí y de gozar un espacio que en noches como esta, significa un eslabón, aunque me gusta más hablar de puentes, con todos ustedes que en el pretérito me estarán leyendo, en un lugar donde esto que hoy es una noche de mi vida será un suceso lejano en la de ustedes. Levanto mi escanciada copa por ustedes.



A todo esto se me acaba de ocurrir una obra de teatro:



Un escritor entra a un libro suyo y se enamora, después de haberse reído un rato de sus personajes, de Ella (el personaje femenino que creo a partir de sus amores ideales), como sabe que el libro se va a terminar, decide establecerse en una página y congelar el tiempo, dígamos en la página, 118, donde ella, sin saberlo, está obligada a amar a quien se cruce por la puerta de madera de su casa. Así estaba escrito por capricho del demiurgo. El desenlace viene por decreto inevitable del destino, y el libro termina por venirse en contra del autor como castigo por no dejarlo transcurrir (tomando en cuenta que un libro es un universo con una lógica propia e implacable) y descubre que la vida de personaje de novela es siempre, una lucha contra los elementos de la imaginación y la carcoma del destino, se siente mitigado por la perdida de su albedrío, encolerizado por el engaño, entonces ella llega y amorosamente lo invita a cruzar la puerta de madera, donde seguramente habrá un lugar mejor, aunque imaginario. El escritor decide olvidar que es un escritor y entra por la puerta de madera, seguro de que eso y la vida que llamamos real son la misma cosa.





Supongo que ya está visto por qué no escribo teatro (para eso ya está Carla Maliandi), pido perdón al público lector por robar su valioso tiempo y me voy a dormir, una mujer me espera para cruzar una puerta de madera.

miércoles, abril 14, 2004

Hoy sólo un breve decir de la nostalgia

Un asomo de soledad y sueño. Sueño en el territorio de la imaginación. Hace un momento le escribí un correo a Ana y en él expresaba mucho de lo que acontecía al interior de mi pecho, especialmente hoy, especialmente en esta, mi noche, en un café Internet, lejos del mundo y conectado a él por esta pantalla, qué paradoja. Pero existen personas que equiparan nostalgia a podredumbre, que te dicen venga, no estés triste, todo pasa, no hay que estar tristes. Y esa es una de las tristezas, todo pasa, que terrible, y lo queremos evitar, peor aún. Tampoco es la única versión de la tristeza. Hay tantas, no vale la pena ahora reparar en ellas. Ayer escribía sobre la lluvia. Cuántos escribimos sobre la lluvia y a veces, muy pocos se mojan, la lluvia siempre está afuera, detrás de la ventana, creo que eso suele pasar con la vida, la olemos, la anhelamos, escribimos de ella, la vemos a través de los cristales o bajo un techo, pero nadie se empapa, nadie pone un pie y dice, mira que bien, llovió y estoy empapado y tengo frío y me duelen los huesos y esto es bueno. Cuando digo nadie, generalizo, pero qué importa, si tú no eres de quienes ven la lluvia sin mojarse entonces está bien y entenderás que todos, alguna vez, hemos visto llover y sentido esa tristeza única de la lluvia. Tristeza no es una mala palabra, por ejemplo, una tristeza que recuerdo con cariño en una lluvia fue en Tulijá, un día tan miércoles como cualquier otro, sólo que era yo, después de nadar en un río como alberca (¿no sería más propicio decir que las albercas son imitación incompleta de los ríos?) amaba con más poesía que lógica a una mujer que estaba cerquilejos de mí en todas las posibles formas de medir la distancia; comenzó a llover, me recarguè con mi ropa aún mojada en una de las paredes de la casa de adobe y madera donde vivía, y en la cuál había una puerta imaginaria(invisible, no inexistente quiero decir) había olor a humo de madera de chicle, un olor particular de la plenitud para mí, Doña Emilia calentaba unas tortillas y café en el fogón, estaba escribiendo mi segundo poemario Grietas en la soledad y leía con avidez Residencia en la tierra y El amor en los tiempos del cólera dos de mis libros favoritos. El amor me había dolido casi tanto como la vida pero aún tenía mucho cielo por abarcar, tenía en la espalda alas (no angelicales por supuesto) y en el pecho una idea del vuelo. Me pregunto, hoy, especialmente hoy, que me siento bien y alegremente triste, dónde me equivoqué dónde no vi el señalamiento WRONG TURN (me gusta más como se contiene la idea de error de este señalamiento en inglés) Por quién o por qué extravié las alas y la idea del vuelo, por qué se ha ido, por qué me ha ensuciado tanto el mundo, debo lavarme, salir a la calle y mojarme de lluvia, decir a todo el que quiera escuchar lo que hace unos minutos le contesté a Dulcinea(una mujer que se llama Adriana y por juegos de palabras y destino terminó siendo una princesa quijotesca) cuando me preguntó ¿Què haces en la vida, qué haces en Yucatán? Aquí, buscando la lluvia, contesté.

miércoles, abril 07, 2004

Comme il faut

Hace unos días terminé de leer LA MUERTE DE IVAN ILICH pasé unas horas divagando, asimilando ese dardo a la existencia. Para relajarme un poco me puse a leer lo que Harold Bloom opinaba de Tolstoi (autor del libro citado) y fue un gran viaje por la literatura universal y leí por primera vez que existía el libro HADJI MURAD de Tolstoi también y al parecer una obra maestra inigualable según el espíritu del crítico Estadounidense. Más allá de cualquier polémica sobre Bloom, se debe reconocer que un hombre que ha leído tanto, destaque Hadji Murad como el mejor de los relatos. Bien eso pasó. Pero fue más bien LA MUERTE DE IVAN ILICH la que me transportó a la región más oscura, la de la soledad existencial, la del derrumbe profético del sentido. Eso sumado al final de Trópico de Capricornio, me habían ayudado a destapar mis sospechas previas, mis primeras teorías sobre el mundo y la civilización. Ideas que llegaron a mí muy temprano en la vida y que sólo hasta ahora puedo comprender mejor. Les recomiendo la lectura de La muerte de Ivan Ilich aunque supongo que varios de los que acuden a esta página lo han leído ya, pero merece varias relecturas, como obra literaria y como testamento de la decadencia universal (universal ha terminado por significar para nosotros occidental) entre otras posibilidades. A mí, me cayó justo ahora que intento cuadrar varias teorías, ideas y un sentimiento de optimismo irresponsable. Es fácil ser optimista, basta cerrar los ojos, darle la espalda al resto de los seres humanos y entrar al poluto mundo de la simulación. La realidad se ha convertido en un simulador. Nada es peor que antes, sólo que la descomposición es más evidente y esa es una gran falla del simulador, pero por otro lado ofrece tantas puertas para distraerse que es difícil no caer en el abismo de la seducción. No, esto no es un refrito de Matrix, porque aquí las máquinas no nos trascienden, nos trasciende el tiempo, el orden natural cósmico, estamos ya en un proceso implosivo inevitable. A pesar de eso intento, como siempre en estas situaciones, recurrir a un libro que me dio una clave para combatir la simulación: LAS CIUDADES INVISIBLES de Italo Calvino. Este post da para mucho más pero ahora el ánimo está muy sano, es decir, mi simulación se ha estabilizado (comentario irónico) así que continuaré después con IVAN ILICH sólo es para invitarlos a leerlo y seguirlo discutiendo. Una probadita:



"Si verdaderamente es así -se dijo-, si abandono la vida, la conciencia de que eché a perder cuanto me fue dado y de que ningún medio hay para remediarlo, ¿qué significa esto?"



"...los últimos tiempos de aquella soledad en que languidecía, echado y con el rostro contra el respaldo del diván; de aquella soledad en una gran población, en medio de sus numerosos conocidos y de su propia familia, soledad que no podía ser más completa ni en las profundidades del mar, ni bajo tierra."



"Y aquella labor muerta y aquellas preocupaciones pecuniarias (un año, dos años, diez años, veinte años, y siempre lo mismo (...) Es como si hubiera descendido regularmente, imaginando que subía. Mientras a los ojos del mundo me elevaba mi vida huía (...) y he aquí que todo está consumado (...) que muero (...) qué quiere decir esto, por qué. Imposible que la vida se halle tan desprovista de sentido, que sea tan horrible. Si tan absurda es y tan horrorosa, ¿por qué morir y morir entre sufrimientos? Hay algo aquí que no está claro.





PD. La muerte de Ivan Ilich carece de moralismos, enseñanzas y recetas. ES una lectura profunda y simple, como el hecho de vivir Comme il faut y quedar insatisfecho.



PD2. A todos los que han respondido por LA NOTA DESESPERADA gracias, en especial a Taca y Alicia que ya han comenzado la colecta y la movilización, esperamos contar con más ayuda, gracias por su apoyo.





lunes, abril 05, 2004

Crónica de Viaje y una nota desesperada

Chiapas. Palabra que en mi vocabulario significa sensación de plenitud. Otra vez, el mágico estado, su imponente exhuberancia y el puerto noble de su gente me reanimaron, me llenaron de posibilidades y retornos. Compartí esta vez las cascadas de Tulijà con cuatro mujeres y un bebe que de pronto por tres días se convirtieron en mi entorno, como si la vida hubiera sido siempre viajar con ellas. Extraño. Como premisa de cuento fantástico. Quisiera contar todo, por ejemplo la noche del Pan Chan (así se le conoce en lengua Chol al paraíso) donde hubo toda esa atmósfera seductora y al mismo tiempo superficial de la película LA PLAYA, esa en la que sale Dicaprio. Ese ambiente de danza con fuego y tambores, donde todo es marihuana, pretensiones de hippismo submoderno, camisetas del che Guevara y bob marley, precios de turista alemán y menos sexo del que pareciera. En fin esto es un lado oscuro pero al mismo tiempo, y eso es lo seductor, da una sensación de que el mundo se reduce a volver a bailar con tambores y fuego y creer que de eso se trata el ehtos humano. Bueno hay más que esto, obvio, porque lo mejor de ese lugar era estar en Chiapas, cerca de las ruinas de Palenque, cerca de los árboles y los silencios de insectos, esas noches de grillos y alas minúsculas batiéndose. Bien, decía que quisiera contar todo y platicar lo que significó ese regreso a Tulijà, la comunidad Tzeltal donde hice mi servicio social en el memorable año 2000, pero me es difícil, sucedió algo que me cambió el humor y la perspectiva de este viaje aquí va:



LA NOTA DESESPERADA

Juan Méndez es un campesino de 45 años, padre de 8 hijos, y papá adoptivo de dos nietos Roosevelt y Jeannette que fueron abandonados por su mamá (hija grande de Don Juan). Cada vez que voy a Tulijà visito su casa, ahí se me trata como a un gran amigo de la familia, nos ofrecen un caldo o frijoles o café con galletas y tocamos marimba, cantamos y reímos por horas. Jerónima, su esposa es maravillosa, alegre y amable hasta lo indecible. Llegué a visitarlos como siempre y lo que encontré fue a Nico, uno de sus hijos, con los ojos llorosos, la voz quebrada "Mi papá está muy enfermo" y ahí en un rincón de la casa de madera, separados de la estancia por otra pared delgada de madera, Jerónima colocando unas velas y Juan en la cama, enfermo. Llegué y Jerónima estalló en mi pecho con sus lágrimas, sólo alcanzó a decir mi nombre y llorar y llorar con la impotencia de la enfermedad y la pobreza. Don Juan se incorporó con trabajo y comenzó a llorar también, en silencio, cubriéndose los ojos, y yo no tenía palabras, quién tiene palabras, qué se puede decir en ese momento, lo único pertinente fueron los abrazos y así transcurrió el tiempo, el que todo lo cura logró contener las lágrimas y pude escuchar a Don Juan y su enfermedad, sus deudas y su falta de dinero para poder ver a un doctor, la preocupación de que no hay quien cuide la parcela, sin dinero sin comida, con hijos y nietos; sólo tenía 200 pesos conmigo y se los di y de un monedero ajado Jerónima sacó 250 pesos en billetes pequeños que puso con los 200 que le di y agradecieron, uno de sus acreedores llegó a cobrarles a la mala y querían juntar algo para pagarle. Vi esos 250 como una torre imposible de juntar y mantener. Y pensar que 250 en este mundo donde a veces vivimos equivalen a una buena noche de copas, llenar el tanque de gasolina, cosas sin importancia nada relacionado con vivir. En fin, no quiero que se piense otra cosa ni crear un melodrama campesino sino contarles lo que viví, quiero ayudar a Don Juan y a su familia, lo voy a hacer, pero dejo abierto a que ustedes me ayuden a ayudarlos. Les dejaré mi tarjeta de débito, si quieren depositar algo y confirmármelo por mail, todo irá para ellos, obvio, esto es para quien me conozca y sepa de que se trata, no es ningún truco, sé que no es necesario pero es mejor aclarar. Ahora viene llevar a Don Juan a un especialista en Villa Hermosa, pagarle los estudios, los traslados, en fin, un gasto duro y necesario, es una vida, una familia, como muchas en el mundo que lo sufren, pero como lo escribí alguna vez, el dolor tiene rostro, nombre y apellido y por eso quiero ayudarlos desde esta trinchera. Espero contar con ustedes.



La cuenta es:



8548 1915 0024 4099



a nombre de Gerardo A. Zepeda Ordorica

de BANAMEX



Hasta entonces un abrazo, si tienen alguna idea o posibilidad de ayudar, dejen su mensaje en el tag board con sugerencias.

jueves, abril 01, 2004

El destino, esa palabra inevitable

No quiero discurrir sobre el destino, primero porque en un blog no alcanza, segundo porque ya hay mucho en mis poemas peleando con esto, así que por eso y más, decidí pegar este pequeño cuento de Jean Cocteau que aparece en la Antología de la literatura fantástica de Borges, Silvina Ocampo y Bioy Casares. Este libro es un infaltable en cualquier biblioteca. Bien aquí está este material que tiene varias lecturas. Por cierto hace unos días leí La Litera Fantástica de Kipling (del volúmen I de la Antología de Cuento Universal de Océano)y pienso en cuántas veces he querido escribir un cuento similar, eso me pasó cuando leí los cuentos fantásticos de Lugones, a veces uno siente tantas ganas de escribir algo y todo se queda en deseos, en una idea jamás transformada en cuento, es ahí cuando uno entiende cuál es la diferencia entre el oficio y la imaginación, porque finalmente, todos tienen una gran idea en la cabeza, pocos son capaces de ejecutarla. Eso platicaba ayer con Harald. La tenacidad, el trabajo arduo, también son virtudes y talentos literarios. Lástima. Llegamos tarde a la repartición. Esto por una compañera del taller de cuento de Alejandro Meneses que tomamos el semestre pasado en la SOGEM (sociedad general de escritores de México, para quien no lo sepa) Puebla, Judith, quien durante el día, hasta 12 horas trabaja en una maquiladora y de ahí en adelante escribe y escribe y escribe y lee y lee e investiga y recientemente ganó un premio literario. Justo para quien dedica su tiempo libre (¿habrá libertad bajo el yugo del tiempo?) a aprender el oficio de escritora, lo está logrando. Además aprovecho para hacer una breve despedida. De aquí hasta el domingo estaré en Chiapas, volveré a ese lugar, TULIJÁ (Río de conejos) donde viví algunos meses de mi vida y aprendí la palabra tristeza. Ahí surgieron los destellos más vívidos de la plenitud, el compromiso definitivo con la literatura, especialmente la poesía. En fin que volveré y eso me alegra. Es bueno para mi ánimo que por el momento había pasado por esa felicidad cortazariana del capítulo 2 de Rayuela "una caída en la inmovilidad". Aquí les dejo a Cocteau. Algo más, hoy terminó el Festival de teatro Íntimo, lo extrañaré, conocí a gente maravillosa y me empapé de creatividad y talento, uno sale de los festivales culturales con ganas de crear aunque por momentos recaiga sometido por la fuerza de gravedad del spleen. A todas las latitudes que alcancen estas letras, un abrazo fraterno.



Me preguntaba: ¿En quien piensas cuando hablas de ella y no tienes ni un olor ni un cuerpo y sólo un nombre que se te escapa de las manos como si se tratara de un pájaro o una gota de pretérito?





EL GESTO DE LA MUERTE



Jean Cocteau



Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

-¡Sálvame¡ Encontré a la muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahan.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

-No fue un gesto de amenaza –le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.