viernes, agosto 27, 2004

El silencio lo va cubriendo todo

Pareciera que lo más importante de vivir consiste en registrar los sucesos para la memoria. Últimamente vengo pensando que no hay memoria más importante e intensa y verdadera como la olvidada. Las memorias sirven para pesarnos con su imposible repetición. La memoria lacera y exige, inventa falsas emociones y olvida olores tan ciertos y perfectos. Hoy al menos la memoria me ha hecho olvidar cómo quise escribir esta página, por qué buscaba yo lectores y palabras. Ahora parece que uno debe atreverse a guardar silencio cuando el silencio pide espacio para decirse. Dice Octavio Paz que el estado ideal es el silencio pero hay que ganárselo. Yo no creo haberme ganado nada, sólo que hoy a instantes de mi muerte (una de esas muertes que poéticamente decretan ocaso y nacimiento de mi ser, muerte metafórica y total en instante de luz y nacimiento; toda muerte procede de un estado anterior de vida) no tengo más palabras. Agradezco su presencia en esta página, su compañía, sus momentos de ida y vuelta, los mensajes fraternales y vivos. No sé si deba este espacio cerrarse pero al menos si debe respirar un tiempo. Aviso mi retiro temporal, festejemos el silencio y aprendamos a escucharlo. Desde el fondo de mí,



Gerardo Arturo

sábado, agosto 21, 2004

Fragmento del poemario "Territorio de lluvia"

Taciturno el color de los cuerpos va marcando contornos.

Situaciones de luz que se rompe.

Hondas bocas dividen planos

como bocas propicias unen cuerpos

El suceder convierte la mística fuga en deseo.

Somos cocodrilos, trampas afiladas e inciertas

Rayos de luz descomponiéndose en sombras.

Hemos caído en la región del instante

traídos por la figura seca de los árboles desnudos

Nada parece deshidratar el alma

como lo hacen ahora las palabras urgentes;

la silla rota de la espalda el guión de sucesos

posiblemente intranscurribles, incesantes;

Sucesos donde se afila esa angustia parecida a la espera.

Poner los pies en alma firme:

tierra hacia donde la esperanza se sostiene

en dos pequeñas maletas desgastadas

y una caja donde se guardan inservibles los recuerdos.

La sonrisa de una niña que hace ya varias tardes

se convierte en mausoleos trepados por la hiedra

debajo del mármol, los nombres, los paseos al aire libre,

los domingos de ansiedad, la claridad de un cuerpo

las semanas de días de horas de minutos y semillas agitadas,

de imposible aliento, noches detrás de las paredes,

sueños de claustro o alas para sobrellevar la soledad

a la que nos condena la compañía y el tedio,

la turbia pena de las voces de otros, el sudor contraído en vano

el desvelo de máximas angustias

sin destino alguno en el aparador del tiempo.

Esa niña llega desde el mar al sur de todos los sueños

Al sur del otoño entendido como desprendimiento

a las palabras más apartadas del significado

paraíso imaginario donde los días transcurren como garras

del tren nocturno de la nostalgia, boca de agua, viento corriente;

algunos lo llamaron silencio de muerto.





miércoles, agosto 18, 2004

Fragmento de Novela

Y a la distancia en este lugar del mundo al que llaman Buenos Aires, los momentos de mi vida parecen resumirse, evocarse con frecuencia más con sorpresa que con nostalgia. Pero hay tardes, definitivas tardes donde todo parece renombrarse, volver a existir en el momento al que llaman presente. Nunca estuve tan solo y con tantos recuerdos. Nunca en la soledad tranquila de la vida. Esa soledad que consiste en la aceptación del paso del tiempo. Tuve soledades en verdad hundidas en la más profunda nostalgia, soledades donde el calor del verano caía como un rayo desesperado de vida, noches alargadas por la esperanza, tuve también amores donde la muerte parecía acurrucarse tibiamente entre los cuerpos. Más tarde entendí que la muerte era solo uno de los rostros del tiempo. Soledades afiladas como un grito y minutos que habrían de astillar para siempre mi alma. Tuve siempre la sensación de que la soledad era un lugar común de los vivos. La peor soledad sin embargo coexiste con un estado parecido al suspiro. Esa que se encoge de hombros y ha perdido cualquier conexión con la luz futura. Estar solo se convirtió de pronto en una forma del tiempo, al igual que la muerte, todo es una manifestación del tiempo. La memoria ha dejado de jugarme aquellas pesadas noches de un nombre que con dificultad logro evocar de entre todos los nombres. Una sola mujer persistente como ideal perdido, como ideal inexistente. Ninguno de los nombres que asolan mis recursos de espacio ha tenido más peso que el suyo. Acaso, los nombres, el tiempo y la muerte eran rostros de este lugar que algunos llaman Buenos Aires y yo difícilmente pudiera nombrar.

viernes, agosto 06, 2004

A night at the opera

Con ese título, los hermanos Marx me arrancaron carcajadas, con ese mismo, Queen (mi grupo favorito en la preparatoria) sacó un disco que incluye uno de mis temas favoritos Bohemian Rhapsody. Ayer pensaba en todo eso. Lo pensé justo cuando las primeras notas de la Ópera bufa Ubu Rey encontraban resonancia en las paredes del Teatro Colón, una joya de la Argentina. Estuve en la ópera. Disfruté el espectáculo por sólo 1.89 USD (dólares). Es increíble la cantidad de accesos y opciones culturales que ofrece Buenos Aires. Del mismo modo que ofrece una fauna abundante. Hace unos días esperaba sentado en las escaleras de Catedral (una iglesia que parece más un templo ateniense; contrastante con nuestras (en México) barroquisimas y churriguerescas iglesias e interminables capillas. Estapa pensando en lo bueno que puede ser estar una tarde fría esperando en las escaleras de la Catedral de Buenos Aires. Me sentía invadido de esa especie de tristeza que acompaña a las mejores novelas y cuentos. Cuando hablo de tristeza me refiero a ese estado que Octavio Paz llama inspiración. Sí, una tristeza móvil. Ayer discutí con Carla horas sobre la esperanza, la desesperanza, la desesperación y otras variantes de los sentimientos humanos. Pasaba por ahí un mendigo. Sí, uno de esos mendigos que parecen estereotipos. Con su ropa hecha jirones, un perro famélico y fiel, dos guantes negros a los que les faltan los dedos, un cabello a punto de las rastas sin el factor clon de Bob Marley. Se acercó a la mitad de una borrachera envidiable y me dijo:



-Hola, estás aquí en la casa del Señor y estás triste, pero no estés triste, mira, yo cuando tengo frío el Señor me tapa y me da calor -se frotaba sus brazos simulando un abrazo. Si tengo miedo o tristeza le pido a él que me ayude. No hay que estar tristes.



Yo sólo atinaba a asentir. Un poco desconcertado por todo lo que había sucedido (Buenos Aires puede ser realmente una ciudad de locos en todos los sentidos de la palabra, como por ejemplo un desfile de monjas, unas empanadas bailarinas en el crucero, niñas vestidas de Floricienta, niños mendigando con playeras del River Plate, por mencionar algunas cosas.) y también desconcertado por sus palabras y amabilidad.



-Me llama Diego Anayyyyya para servirte. Ya no estés triste. Que te vaya muy bien. -Me extendió su mano ajada y llena de injusticia y mugre. Nos dimos un buen apretón de manos. -Vámonos Pulga -y el perro famélico cruzó la calle adelantando a su amo.



Desaparecieron por la esquina de Avenidad de Mayo ahí donde se dobla el edificio blanco del Cabildo. En eso vi la figura andante de mis amigos. Seguí triste, sin duda, porque el mundo es un lugar difícil y absurdo. Era la inspiración que de alguna manera venía a caminar conmigo codo a codo por las arterias de la ciudad detrás del río inmóvil, el Río de la Plata.





jueves, agosto 05, 2004

Un largo silencio

Por motivos que escapan a las explicaciones he escrito poco. Me refiero al blog. Hay tantos acomodos personales y profesionales que el ánimo está un poco frágil. Debo resaltar varios mails de apoyo y fraternidad que he recibido. También la lectura de Marcel Schwob, quien me ha dado algunos de los mejores cuentos de mi vida. Ahora estoy por terminar La cruzada de los niños (ultra recomendable aunque me parece que no se encuentra con facilidad) también terminé de leer Historias de piratas de Daniel Defoe, el de Robinson Crusoe. Buenas. En especial las de el capitán Kidd y las de el pirata Avery y Barba Negra. Me gustan las historias de piratas. Es una buena distracción. Lo mejor es encontrar en los piratas una profesiòn del ultraje que termina por seducir. Si viera el capitán Teach que ahora la piraterìa es masiva y sin barcos, con máquinas que copian y reproducen la creatividad (de otros) lo más comercializable es el robo de derechos de autor. Triste. Triste. Por otro lado me he metido a reflexionar aspectos de mi vida y de la vida como un todo. La vida como algo que pudiera tocarse como el aire. Pocas respuestas. Siempre son pocas las respuestas. Pero no importa. Uno busca para no encontrar. A veces. Otra gran respuesta llegó con El arco y la lira de Octavio Paz, está editado por el Fondo de Cultura Económica. Creo que cualquiera que se diga poeta debería darle una leída (se puede estar a favor o en contra pero la lectura es casi obligada). Bueno hablo de los libros porque me han gustado mucho. Debería hablar de que fui al casino en Mar del plata y gané jugando en la ruleta usando mis números de la suerte. Estuvo increíble. Debería hablar de mis planes de vida. De lo que escribo, de lo que he visto estos días o vivido o conocido. Debería decir tantas cosas pero como siempre es largo el silencio y el hubiera. Eso no es malo. Sólo un poco molesto en tardes como esta donde llueve y el mundo pareciera estar quedándose dormido.



Abrazos